Algunos estudios han descubierto que el propio ruido, con sus características acústicas (intensidad, frecuencia, duración, tono …), sólo describe una parte de la reacción psicológica subjetiva que produce sobre una persona o la respuesta sociológica de la comunidad, mientras que hay una parte que necesita ser explicada a través de factores no-acústicos, que no están directamente conectados con la naturaleza del sonido. Por ejemplo, el ruido que hace un vecino maleducado nos molesta más, que si el ruido lo hace el vecino que nos presta sal. Así, los residentes de una zona ruidosa se sienten más molestos cuando no se sienten tratados de una manera justa, y los responsables de solucionar su problema parecen no ser conscientes o no se preocupan por su problema. La confianza en la administración o los gestores del ruido, o la transparencia, son también principios fundamentales, ya que los comportamientos sospechosos o emocionales pueden elevar la reacción adversa de los residentes a la fuente de ruido. Los residentes pueden percibir que los responsables del ruido o las autoridades no se preocupan por ellos, y no hacen todo lo posible para reducir el ruido y mejorar la situación de los residentes. Pueden percibir que su situación es injusta, que la situación del ruido en el futuro será peor, e incluso que los mecanismos de evaluación están diseñados para beneficiar a los agentes ruidosos frente a los intereses de los residentes. Los factores no-acústicos ofrecen nuevas posibilidades para la gestión del ruido, que los aeropuertos ya utilizan desde hace años: “Community engagement”.