El ruido agresor es lo primero que se le viene a cualquiera a la cabeza al hablar del ruido ambiental. Con esta idea me refiero a ese claxon, a los taconazos o martillazos de los vecinos, a los ladridos de perros…, en fin, todo ese sonido que nos ha fastidiado una siesta, o nos agobiado cuando intentábamos estudiar. Sus efectos suelen producirse en el corto plazo y tienen una gran componente subjetiva, por lo que sólo el que lo sufre de forma continuada sabe realmente el sufrimiento que puede producir. El ruido agresor puede convertirse en un problema de salud para personas concretas, con nombres y apellidos, y por lo general también está originado por un foco fácilmente identificable. En los últimos meses, el ruido agresor más famoso de nuestro país, ha sido sin duda el sonido de un piano. En muchas ocasiones el ruido agresor está íntimamente ligado a problemas de convivencia y civismo. Cuando el tema llega a mayores, el sonómetro y los decibelios se convierten en jueces, dirimiendo las diferencias entre agresor y agredido. El ruido agresor puede llegar a ser insufrible, provocando molestias, pérdida de sueño, nerviosismo, ansidead o estrés. Estos efectos directos, a su vez, pueden desencadenar con el tiempo efectos indirectos de mayor gravedad para la salud. Afortunadamente, el ruido agresor afecta a una parte muy pequeña de la población, y cada día más, la administración habilita mecanismos para solucionar este problema (licencias y horarios de apertura, inspecciones de ruido en viviendas y vehículos, exigencias de aislamiento acústico, etc).

La contaminación acústica está presente, en mayor o menor medida, en nuestras casas, nuestros parques, nuestras calles… Pero, a pesar de ello, y al igual que ocurría hace décadas con la contaminación del aire, la mayorí ade nosotors no somos conscientes de la amenaza que supone la contaminación acústica. La contaminación acústica produce pérdida de bienestar en la ciudadanía, pero también afecta a la salud. No se trata de efectos inmediatos, sino efectos provocados por la exposición al ruido en el largo plazo. En muchas ocasiones, tampoco somos conscientes de los efectos que el ruido nos provoca, pero suponen un problema de salud pública, que van más allá de la subjetividad de cada una de las personas expuestas. La contaminación acústica puede producir efectos nocivos  para la salud, incluso aunque no nos percatemos de la presencia del ruido. Un ambiente menos silencioso de lo necesario en el descanso, en el ocio o en el trabajo, día tras día, puede provocar, entre otros efectos, estrés o deterioro del descanso (asociado a la reducción del número de horas de sueño, o a la pérdida de calidad del mismo). Existen múltiples evidencias científicas que establecen la relación entre la contaminación acústica y distintos tipos de enfermedades (cardiovasculares, respiratorias, deterioro cognitivo, etc).

En algunos casos puede ser complicado discernir entre ruido agresor y contaminación acústica, o incluso pueden existir situaciones en que el mismo foco se ajuste a ambas descripciones. Sin embargo las luchas contra la contaminación acústica y contra el ruido agresor requieren enfoques diferenciados.

El que sufre los efectos del ruido agresor es perfectamente consciente de ello. Sin embargo, en muchas ocasiones ni las administraciones ni los ciudadanos son conscientes de los efectos de la contaminación acústica, y por ello no emplean los recursos necesarios para la búsqueda de soluciones.